20091122

"CARTA ENFERMA" por Adriana Ramírez



Madre:
Quiero escribirte después de todos estos minutos que han formado mis horas, y los terribles pasajes que me hacen regresar. Entiendo que a este grado, ya debiste haberme dado por desaparecida o mínimo pienses que soy una maldita, y la verdad, no puedo expresar claramente cuál es la realidad. Como puedes notar, esta hoja no tiene remitente, como consecuencia de que ni siquiera se donde me encuentro, mmm, creo que ya recuerdas que no soy muy dada a las inexactitudes, por lo tanto no quiero que esta carta se preste a confusiones que no pueda yo resolver: me abstengo de ello.

A esta hora debes preguntarte: ¿dónde está mi hija? Pues no olvido tu afán por saber todo de tus hijos a pesar de que nosotros ni siquiera lo sepamos. Pero antes que nada me gustaría que a mi posible regreso prepares algunas respuestas para llegar como siempre a casa, ¿te acuerdas?, siempre la comida caliente y las noticias frescas. Dime, ¿qué me cuentas de la mamish? ¿sigue tan muda, revolcándose día y noche, como si por fin de su garganta saliera su hartazgo? ¿Acaso ha estado igual que siempre? Me acuerdo de tu vestido de flores tan bellas, se veía inmenso, brillaban tanto sus verdes, su rojo, aquellas flores amarillas, era tal, que si te quedas quieta mirando ese vestido siempre encuentras una florecita nueva, alguna que nunca nadie ha visto. Yo jugaba a ponerles nombres, una tiene el tuyo, bueno, si alguien más no lo ha vuelto a bautizar, ese en especial, es peligroso. Un día buscaba una flor nueva entre sus faldas, levanté la vista y la vida se me vino encima, azules, violetas, negros, rojos, tantos, algunas ni siquiera tienen nombre, pensé no salir jamás de ahí. ¿Qué ha sido de ti, madre? ¿Aún no eres capaz de mirar a mi padre a la cara? Mis hermanos, ¿qué de ellos? ¿Siguen trabajando de día y en la borrachera nocturna para olvidar que su vida siempre ha sido la misma, para no atreverse a renunciar? Quiero que me platiques todo eso, no importa que ya lo sepa, siempre me ha sorprendido que la vida siga igual.

De mi, no tanto. Cuando salí, fui en busca de un lugar diferente donde la vida Sí cambiara, ya sabes como somos los jóvenes y yo lo soy. He caminado mucho, hasta rendirme, cada lugar nuevo: la misma vieja vida, en algunas partes se veía cansada, con los pies cuarteados por la tierra y por el polvo, hasta en los ojos... en otros lugares, parece alegre, como una muchachita de trece años, pero después de conocerla, de platicar con ella, no importa si con tierra o con maquillaje, atrás de eso, siempre es la misma.

Te digo, todavía hoy no lo puedo creer, me resisto y es que la gente siempre habla de otra, más viva, más bella. Cuando yo llegué, fue por uno de esos rumores. Todos decían, allá, más allá y yo, atrás de ella. La verdad caminé tanto que no me acuerdo de todo, no recuerdo el camino, las distancias, los nombres, las carreteras, te ha de sorprender, pero créeme, caminé mucho. Esa era mi rutina, tanto me acostumbré a ella que así pasa con las hijas, no te diste cuenta en qué día o a qué hora dejé de ser niña, cuando despertaste buscaste a tu bebé y encontraste a una mujer y supiste que soy la misma y sentiste que no es igual, a si me pasó a mi con la rutina. Cuando desperté ya estaba aquí, hasta tenía una vida, distinta pero la misma.
Como ya te dije, no puedo decirte dónde estoy, pero si cómo es este lugar. Tal vez sea una isla o península y es que en ocasiones se llena de personas de muchas formas, de distintas voces, pues todos somos conocidos pero no nos entendemos. Es entonces cuando pienso: es una península. De momento, se hace un silencio y los extranjeros desaparecen.

En aquella calma ves en torno tuyo, todos somos iguales. Extraños de toda la vida, a quienes ves pero ignoras, vivimos entonces en una isla. Viva pero muda, como mi mamish. Esto lo he pensado y lo digo por lo tanto, que es una isla y que es muda. Es el mismo azul sobre mi cabeza a mis pies, en mis ojos. Me da miedo pensar que este lugar flota y al mismo tiempo está hundido en el limbo, pero creo, madre, estoy muerta. Si tú estas confundida, yo despierto unos días como muerta, irrefutablemente viva. Lo sé por que aquí muere la gente y también la matan y eso me confunde más. Así como yo amanezco con humor de muerta, este lugar tiene sus ratos, pero aquí no cabe la incertidumbre.

Al centro de la ciudad, donde todo es sólido, no brumoso como la miseria o la opulencia, tan presente, preciso como creemos es la verdad, hay un pedestal de metal donde descansa un cadáver. Sobre él recae el humor de este lugar, sí, un cadáver, es lo que nos une a quienes vivimos aquí y nos separa del resto del mundo; esperanza común, dolor único. En este pedestal están nuestros ojos, nuestra voz, la soledad. No sé si el lugar se hizo más grande o el cuerpo cambió de talla. El resultado de una investigación en el tejido de la ropa del cadáver, arrojó de la isla cualquier intento de extravagancia entre nosotros. La necrología se convirtió en una cacería, en la encargada de saber de nosotros, de lo que somos o no, de existirnos o deshacernos.

En el transporte público existen temas sugeridos, todos pueden hablar, opinar, el silencio se castiga con exilio, me ha sucedido que al recorrer toda la ruta del camión escuche durante el recorrido, sea cual fuera el tema, únicamente “estamos solos”. Las pláticas dan siempre las mismas vueltas, no se cansan. Diría que así como la vida, las pláticas son siempre las mismas, la gente sube y baja del camión, la plática se queda.

Mamá, en este afán de certidumbre, no sé si la isla-península-soledad cae, o se abre en dos partes a mis pies, o si soy yo la que vuelve sobre mis propios pasos, es únicamente que al despertar, el día es igual, pero eso es imposible, todos los muertos lo saben... ¿por qué el nuestro lo va a permitir sin correrme a patadas de aquí?

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